Cuentos Fúnebres

La mansión del dolor

Written by Eduardo Ferrón · 3 min read >

Todo comenzó una mañana de sábado, cuando un hombre vagaba por el jardín de una mansión abandonada.

-Es que no lo puedo creer –se decía una y otra vez aquel tipo- si tantas veces he pasado por este lugar y la casa no estaba aquí.

Lo cierto es que solía estar por los alrededores y conocía muy bien el lugar. En las mañanas acostumbraba pararse cerca de una fuente, dos calles más hacia el norte, cerca de la entrada de una capilla, a pedir limosna o un poco de pan. Pasaba todos los días por esta misma calle y nunca había reparado en la existencia de este lugar.

La gente del pueblo estaba acostumbrada a ver cosas raras por la calle y a escuchar gritos desesperados que se alzaban por las noches inflingiendo un grave daño al corazón de quien los escuchaba, razón por la cual, con el tiempo, habían dejado de prestarle atención a todo lo demás.

Esta mansión, dicho sea de paso, era muy extraordinaria. Ocupaba casi el mismo terreno que la plaza principal y contaba con una infinidad de balcones, distribuidos en las varias decenas de pisos que se alcanzaban a apreciar. Los jardines eran enormes y, a juzgar por la apariencia del edificio, estos no se encontraban en mal estado, de hecho, parecía como si apenas el día anterior hubiese pasado una cuadrilla de jardineros por el lugar.

No esta de más mencionar que en esta región la gente acostumbraba a cuidar muy bien sus jardines. No cabía duda que el dueño apreciaba más las plantas que ninguna otra cosa de su propiedad.

Lo que más le inquietaba al pobre hombre era un cartel que se podía leer en la entrada principal de aquel extraño hogar «Se regala propiedad, toque la puerta».

-Simplemente, no se lo que debo hacer –se repetía una y otra vez- ¿y si esta es otra broma? No pienso volver a caer, ya mucho se rieron esos patanes la última vez.

Así transcurrió toda la mañana hasta que el pobre hombre no pudo más. Fue más el hambre que la simple curiosidad lo que le hizo llamar a la puerta, la cual se abrió lentamente con un leve quejido cuando los goznes comenzaron a girar.

El interior del lugar no estaba tan finamente decorado, como lo había podido imaginar, y le pareció aun más abandonado que antes. Incluso ahora, aquel hombre ya pensaba en abandonar cuando un destello, cerca de las escaleras, le hizo desviar la mirada hasta un viejo perchero apostado cerca de la chimenea, unos pasos más hacia su izquierda.

El viejo avanzó lentamente y se estremeció con cada ruido nuevo que sus pasos desprendían del gastadísimo suelo de la habitación. Cuando llegó hasta el perchero, soltó un grito de angustia cuando pudo percibir que, en la parte más alta del mueble, había una nota que decía «Deja tu abrigo aquí, pobre anciano, y dirígete a la habitación que se encuentra al final del piso número cinco».

En estos momentos sintió un escalofrío que le recorrió la nuca y bajó por su espina dorsal. Sentía mucho temor y la razón le comenzó a fallar. Pensó en echar simplemente un vistazo y salir corriendo del edificio si algo le llegase a espantar.

Lentamente, avanzó por los innumerables pasillos. Abrió y cerró puertas. Cruzó estancias repletas de libros, alfombras y muchos enseres. Avanzó y avanzó por mucho tiempo. Subió escaleras hasta que, finalmente, se encontró en el piso indicado.

Este era un poco diferente a los demás. Estaba más oscuro y siniestro que los anteriores. Ya pensaba en bajar nuevamente al jardín cuando alcanzó a apreciar un par de voces que venían del final del pasillo, el cual llevaba hasta una habitación que tenía entre abierta la puerta y por la cual se alcanzaba a apreciar un destello titilante en el suelo.

-Tal vez es simplemente el dueño del lugar y su esposa –pensó el hombre, pero no se sintió cómodo con esta idea, sin embargo, siguió su camino hasta alcanzar el umbral de la puerta.

Estiró el brazo izquierdo y alcanzó a empujar suavemente la puerta cuando ésta se abrió de par en par. El lugar estaba vacío.

Un rayo de luz se filtraba por uno de los cristales rotos de la ventana, y el viento y las hojas de un árbol cercano lo hacían bailar por las paredes del cuarto. Había una nota más en la cama, cerca de la mesa de noche. El anciano se acercó lentamente, lo suficiente para leer «Pasa la noche, nos vemos mañana».

Tanto miedo y angustia le hicieron caer. Hizo un gran esfuerzo hasta acostarse en la cama. Cuando lo hubo logrado, cayó en un pesado sueño del cual solamente pudo salir cuando sintió unos brazos helados que le recorrían las piernas y lo golpeaban por los costados. Alcanzó a gritar de dolor y desesperación hasta que fue silenciado ocasionándole la muerte.

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Written by Eduardo Ferrón
Desarrollo software, tomo fotografías y escribo pequeñas mentiras. En este sitio publico algunas de ellas y platico sobre mis muchos libros que algún día terminaré y publicaré. Profile

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4 Replies to “La mansión del dolor”

  1. muy bueno..
    la curiosidad mato al gato
    a huevo..!
    aunque regalados.. pss hasta los madrazos!

  2. Hmm…

    La idea es buena. Me gustó ese punto.

    Pero no lo pondría en una clasificación de terror.

    No sé… siento que falta atmósfera para ello. Y algunas cosas que podrían modificarse para darle un lenguaje propio.

    Buenas tardes.

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