Hubo un día en el que pensé que era un ángel. Salí corriendo hacia el patio trasero de mi casa, traía los pantalones a media asta y los zapatos en las manos. Recuerdo muy bien que cuando llegué, lo primero que hice fue estirar mis alas, respirar aire fresco, y comencé a subir por la pared posterior de mi hogar hacia la parte más alta. Estando allá arriba, estiré mis brazos y preparé mis alas: vibrando cada una de mis plumas, intentando controlar cada uno de sus movimientos. Recuerdo que movía mis alas en diferentes direcciones: hacia arriba o hacia abajo, adelante y de nueva cuenta para atrás; tratando de imitar a las aves cuando levantan el vuelo. Estaba muy cerca de lograrlo, y cuando por fin estuve seguro, con un batir de alas poderoso -con el cual muchas hojas y ramas salieron volando hacia diferentes lugares-, salte al vacío, cerré mis ojos y me perdí en el viento. Lo que sucedió entonces no lo recuerdo, desperté en una habitación del hospital de Santa Carlota. Estuve internado por un par de semanas mientras mi cuerpo intentaba poner todo en su lugar, junto con mis pensamientos.
Varios meses después, me paso que me vi como un majestuoso corcel. Mi pelo brillaba bajo el sol y se mecía con el viento. Recuerdo que sentía mis piernas poderosas, llenas de vida, y corrí hacia el parque de la colonia. Recuerdo que cuando estuve ahí, encontré un sitio en donde podía practicar mis saltos, ejercitarme libremente. Sentí entonces el deseo de brincar y correr, terminando por pastar. El césped, mas hermoso y verde que haya visto, se extendía por el parque y me llamaba gritando mi nombre a los cuatro vientos. No recuerdo mucho mas, solamente que desperté en mi cama, amarrado de pies y manos, y mis padres se esforzaban por limpiarme las heridas, a la vez que mi estomago lo teñía todo de verde.
El último recuerdo que me queda es el mas triste que conservo. Me encontraba en una habitación llena de niños hambrientos. Estaba yo lleno de tierra y de mis heridas brotaba sangre por montones. No reconocí ese lugar, pero estaba seguro que ya había estado ahí en un par de ocasiones. Recuerdo que corrí tan rápido como pude, y, al pasar por una ventana, no pude contener mis ganas de saltar. La brisa corrió por mis mejillas, sentí al sol susurrarme al oído. Los árboles me dieron la bienvenida, mientras que las flores comenzaron un baile formando círculos, muy cerca del lugar en donde habría de caer. Después de eso no sentí más dolor, y mi cuerpo se elevó como pluma al viento. Desaparecieron mis penas y mis heridas se cerraron.
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más y más aplausos para ti!
1 abrasoteee!
La historia me recordó a la canción “Aire” del grupo español Mecano.
Un cuento triste pero hermso.