Aún recuerdo a mis abuelos como si hubiese vivido con ellos hace un par de meses. En realidad han pasado más de veinte años.
Mi abuela era muy dulce, pero también mandona, una dictadora. Mi abuelo era difícil, a veces la mejor persona del mundo, otros días costaba estar cerca de él. De hiño viví con ellos por muchos años y viví muchas cosas que en su momento me forjaron ideas y, supongo, me llevaron hasta donde estoy ahora.
Con forme ha pasado el tiempo, he revivido muchas de esas escenas. Son esas historias que a veces permanecen escondidas en los rincones de nuestra mente, para luego saltarnos al encuentro en el momento menos esperado.
Ayer, por ejemplo, me encontré manejando cerca de una casa donde solía vivir con ellos, así que me desvié y estacioné en la ascera de enfrente. La casa está ahora muy diferente, incluso clausuraron la puerta posterior que daba a una calle lateral. El césped ya no está, tampoco las palmeras. Si embargo todo está bien cuidado.
Me quedé estacionado unos diez minutos tal vez, observando cada detalle, recordando historias que se clavaban en mi mente. Vivimos tanto ahí, aunque apenas fueron dos años. Yo tendría diez u once años de edad. Recuerdo a mis amigos, mi bicicleta, mi hermano.
En una ocasión decidimos jugar beisbol en el jardín, mi hermano y yo. Nos turnábamos para lanzar la pelota y “batear”. En un instante, perdí el control de la fuerza y golpeé la pelota tan fuerte y tan de frente, que si mi hermano no hubiese tenido buenos reflejos, le hubiese dado en la cabeza.
La casa tenía dos entradas frontales, una por la cocina y la otra por la sala. Nosotros solíamos perseguirnos dando vuelvas a través de la casa y pasando por esas puertas. Eran tiempos muy divertidos.
Pasaban cosas que entonces no comprendíamos, pero ahora que somos adultos y nos toca vivirlas desde otra perspectiva nos abren la mente. Comprendemos a nuestros padres, nuestros hermanos y familia. Entendemos el “porqué” y “para qué”. Crecemos y luego miramos hacia abajo, a nuestros hijos, sobrinos y nietos. Los comprendemos, nos comprendemos.
Entonces quisiéramos gritarles “no hagas esto o aquello”, “escucha a tus mayores”, “¿qué harás con tu vida?”, “¡piensa en tu futuro!”. Como si de alguna forma intentásemos que nos escucharan. Como si de alguna forma intentáramos mandar esos mensajes a nuestros yo’s del pasado. Pero no se puede, ni se debe, cambiar las cosas.
Entonces nos transformamos. Dejamos de ser niños y nos transformamos en nuetros padres o abuelos. Mutamos en un ser más bello, aunque aún falten muchos años para que nosotros lo descubramos.