Hoy me he despertado muy temprano, gracias al horario de invierno, y he comenzado la rutina: dejar salir al patio a los perros, alimentar a los gatos, baño, sacar la basura y trapear todo el piso de la casa. Confieso que nada de esto me agradaba al principio, pero la rutina hizo su magia y ahora es algo natural por las mañanas. No quiero decir que me guste hacerlo, pero son cosas importantes.
Mientras recolectaba la basura, me topé con una bolsa con cosas viejas y feas de las que he querido deshacerme desde hace mucho, pero por alguna razón no las tocaba. Habrán pasado meses, hasta que hoy, sin pensarlo demasiado, abrí la bolsa y las dejé caer dentro. Sin detenerme a reflexionar, salí a la calle y deposité la bolsa en el lugar acostumbrado.
Cuando terminé de limpiar y observé ese rinconsito, ahora diferente, me sentí más ligero. Como si uno de tantos lastres se hubiera desprendido de mi cuerpo.
Tal vez pensarás que son tonterías, pero es diferente para cada quién. Creo que todos, incluso tu, traemos colgando del cuello cosas que hacen más pesada nuestra vida. Algunas son difíciles de sortear, algunas son dolorosas y otras tal vez sea bueno traerlas al cuello; pero hay algunas que no nos cuesta nada hacerlas a un lado, pero las cargamos sin tan siquiera reflexionar.
Cuando hacemos uno de estos cambios, nuestra mente se siente más ligera. Se siente como si hubiera un progreso en nuestras vidas. Tal vez a eso se refieran con la importancia de las cosas pequeñas. Seguro que lograr ese gran plan con el que soñamos es importante, pero es a través de los cambios pequeños que logramos los grandes.