Manejaba hacia la oficina hoy por la mañana. Llegué a un semáforo donde suelen esperar limpiadores de parabrisas y voceadores, pero hoy estaban tan solo dos niños de unos seis y nueve años. Ambos flacos y sucios, pero con los rostros maquillados como payasos. El más pequeño llevaba en la mano tres limones.
Los niños se pararon frente a los autos que esperaban el semáforo, yo estaba a la izquierda en primera fila; luego el mayor se inclinó y el menor subió a su espalda, como si fuera este una mesa. Entonces comenzó su truco de malabarismo. El primer limón se le cayó desde el inicio, pero no se detuvo, siguió el truco con los otros dos limones mientras trataba de permanecer en la espalda del otro, quien hacía su mayor esfuerzo por que el otro no fuera a caer.
El show duró apenas unos quince segundos, tras los cuales el menor dijo “bájame, ya me dio miedo” y el otro se enderezó procurando que el otro pudiera deslizarse sin problemas.
Me quedé muy impresionado.
El semáforo se puso en verde, así que metí la mano a la bolsa del pantalón y les di todas las monedas que pude sacar. El menor las recibió, dio las gracias y se alejó sonriendo.
Las últimas calles a la oficina las crucé meditabundo. Me dije a mi mismo:
“Esta es la gente que llega lejos, aquella que a pesar del miedo se sube y hace lo que tiene que hacer”