Hay ocasiones en donde lo mejor que podemos hacer es seguir nuestro corazón, o bien nuestro instinto, sin importar lo que diga la razón. La historia que les voy a contar ocurrió algunos años atrás, cuando Vane compró una pecera y un par de peces japoneses.
Ese día estábamos emocionados, habíamos trabajado muy duro para tener la pecera funcionando. Además de los japoneses, teníamos otros peces de diferentes colores, un pez gato y un par de caracoles manzano. Una lámpara especial alumbraba el escenario y las burbujas bailaban y se deslizaban hacia la superficie. Teníamos algunas plantas de plástico, piedras de colores y un hermoso barco abandonado pudriéndose en el fondo.
Podíamos pasar horas observando nuestros peces.
El tiempo pasó, compramos otros peces, plantas de verdad, alimento vivo, termómetros, una cascada, una cabeza de poder, filtros y más filtros, adornos, vitaminas, etc. También cometimos errores, muchos errores, siempre a costa de los preciados peces.
Todos murieron, eventualmente. Todos, salvo Firulais.
Este era uno de los peces japoneses más hermosos que habíamos visto, aunque habíamos visto muy pocos. Hacía un ritual muy extraño de vez en cuando, uno que Vane aprovechaba para celebrar: decía que estaba bailando. Incluso tenía una canción para estas ocasiones.
Cierto día, Vane decidió realizar un lavado de la pecera. Para esto, extrajo todos los artefactos y colocó a Firulais en una cubeta de plástico. Confieso que no recuerdo la razón de porqué actuó de esta manera, pero sucedió que no terminó de realizar el cambio y el pez quedó abandonado en un rincón de su cuarto.
Algún tiempo después, no recuerdo cuantos días transcurrieron, fui de visita y encontré la cubeta en el suelo. El agua apestaba y estaba tan turbia que no se podía ver el fondo. Firulas flotaba en la superficie, lo toqué y este permaneció inerte.
Vane estaba inconsolable. Sabía que se había equivocado, pero no se atrevía a mirar la cubeta.
Sentí un vacío en el estómago, aún así decidimos que teníamos que deshacernos de él, tal vez en el excusado o algún lugar en el patio. Sin embargo, algo en mi se resistía a la idea de dejarlo marchar así nada más. Algo me decía que aún quedaba algo de vida en Firulais.
Así que vertí agua purificada en un traste, tomé al pez con mucha delicadeza entre mis manos y lo introduje en el agua cristalina. No se retorció ni una vez siquiera cuando lo saqué de esa tumba en la que se hallaba.
Al principio flotó de nueva cuenta sin moverse, pero en un instante que pareció eterno, un temblor recorrió su cuerpo. Poco a poco, comenzó a moverse de nuevo.
Firulais vivió con nosotros unos cinco años más, ocho en total. Murió finalmente el 17 de Mayo de 2007 a causa de una enfermedad llamada Furunculosis.
Muchas noches he pensado en ese momento, ¿porqué no lo enterré o lo eché por el caño? Aunque parecía ridículo, ignoré la razón y encontré una grata sorpresa.