Veníamos en el coche por un camino angosto y acabado. Una parte de mi se sentía preocupado, porque no tenía idea hacia donde manejaba. No había tenido más instrucciones salvo un “da vuelta aquí” y un “métete por acá” de vez en cuando. Sabía que llegaríamos a casa de uno de sus tíos, pero no tenía la menor idea dónde era ese lugar o si pasaría los siguientes años manejando.
Ella me miraba y se reía bastante. Me sentí como ratón en un laberinto de concreto. Ella analizaba mis expresiones y luego se reía de mis errores y mi confusión. Me ponía nervioso, pero me encantaba. Amaba verla reír y disfrutar de la vida. Me hacía querer ser como ella, ligero y pronto a disfrutar lo que la vida me pusiera enfrente.
El camino fue largo, pero divertido. Habré manejado quizá una hora hasta que llegamos a nuestro destino. Por un momento pensé que estaríamos en el coche hasta que nos hiciéramos viejos, pero ahora que había apagado el motor me sentí un tanto vacío, como si mi vida ya no tuviera otro propósito más interesante. Quizá deseaba verla reír un poco más, aunque eso suene bastante loco.
Me pidió que esperara en el coche y entró al edificio. Había niños corriendo y gritando por todos lados. Había escuchado que el tío estaba enfermo y la familia venía a visitarlo y traerle ayuda.
Estuvo dentro tal vez unos diez minutos y cuando salió, lo hizo con una de sus tías, que venía detrás cuando cruzaron la puerta. Cuando la tía me vio puso cara de preocupación y le preguntó:
— Mi vida, ¿no estabas saliendo con Diego?
— No tía, cómo cree.
— Pero se les veía tan contentos juntos — le dijo con tristeza en la voz, luego me miró y sus ojos me perforaron el alma.
— No tía, estoy con él — dijo y me señaló.
La tía me miró por unos segundos más y entró a la casa, preocupada o no convencida del todo. Nos despedimos y emprendimos el camino de regreso a la casa.
El trayecto me pareció eterno y silencioso. No podía dejar de pensar en Diego, pues sabía quién era. Había visto sus videos en YouTube y, aunque no era bueno, cantaba y tenía bastantes seguidores. Sentí un calor que me brotó del estómago y me envenenó todo el cuerpo.
Al fin llegamos a la casa. Apagué el motor y le pregunté:
— ¿Quién es Diego?
No me contestó.
— ¿Es algo que debería de preocuparme? — pregunté, la desesperación comenzaba a controlarme.
— Estoy contigo — me dijo y me besó como nunca antes me había besado.
Entonces supe que mentía, sin un gramo de duda en mi corazón.
∞