Unos meses atrás se rompió una pieza en Rocco, mi auto. Como soy un perfeccionista a morir, pensé que lo mejor sería conseguir la pieza original, pues difícilmente aceptaría una diferente. Solicité una cotización y llegaron un una cantidad ridícula para una pieza como aquella.
Decidido a no pagar esa cantidad por algo tan pequeño, comencé una aventura entre refaccionarias y sitios en Internet. Meses después de no encontrarla, consideré la idea de conseguir una similar, pero mis esfuerzos fueron fútiles. No logré encontrar alguna que cumpliera con mis exigencias.
Finalmente encargué la pieza en la agencia al mismo precio ridículo que me negué a pagar en un principio, hace siete meses.
Me dijeron: “Claro joven, se llama el pomo de la palanca, pero ya no tenemos”.
En ocasiones como esta me digo a mi mismo que me hubiera salido mejor escucharme y pagar el precio de lo que quiero, si finalmente voy a terminar comprándolo.
Que cosas, ahora solo queda esperar a que llegue el pomo.
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