Ahora que tengo dos perros como mascota (aunque les llamo “Amigos”), he vivido otras experiencias que con Max no visité. Por ejemplo, las guerras de orina.
Una de las cosas que llaman mi atención es el hecho de que para los perros, una sesión de apapachos con rascada de panza es el equivalente a tener sexo con ellos. Es decir, el equivalente a los parámetros impuestos en nuestra sociedad.
Piénsalo, un poquito.
Bider, un cocker de 3 años, se acomoda feliz en mis piernas cuando le toca una sesión de apapachos y hasta cierra los ojos para disfrutar la rascada de panza. Pero tan pronto abre los ojos y me encuentra rascando con una mano otra panza que no es la suya, refunfuña y se levanta indignado.
¿A poco no suena a lo mismo?
En esos casos Bider se aleja sin mirarme, como diciendo “Hasta el mayordomo me traiciona”.