El viernes de la semana pasada, Botas regresó a casa de mamá muy malherida. Daba la impresión de que fuera atropellada. No les he hablado de Botas, porque no vive conmigo, pero es una amiga felina que vive con mi madre. Es una buena gata, aunque un poco arisca.
Desde el sábado muy temprano comenzó la odisea por conseguir un médico que la atendiera. Mi hermano la llevó con uno que estaba cerca de la casa, pero la mayoría de médicos son mediocres y este tan solo le recetó un antinflamatorio. Para la noche, en lo que sería el codo de la pata delantera izquierda, tenía una enorme canica. El domingo fue imposible conseguir otro médico y para esa otra noche, apareció la infección.
Para el lunes logré contactar con un médico que atendió a Momo hace como un año, la recibió y comenzó el tratamiento. Dejando a un lado lo costoso del asunto, ha sido una experiencia muy desgastante, tanto física como emocionalmente. Botas no solo estaba dolida, sino que también estaba histérica, desesperada. Era como tener al demonio de tazmania dentro de la jaula. No la había visto antes tan agresiva.
El día de ayer amaneció bañada en sudor, no me dejó dormir tras azotarse toda la noche tras las paredes de la jaula. La saqué de su encierro e intenté tranquilizarla y en tres ocasiones estuvo a punto de atacarme, si no fuera porque la solté y me quedé quieto, ahora estaría escribiendo con un solo brazo. Todo el tiempo he estado hablando con ella, intento tranquilizarla y, finalmente, va dando resultado. Ayer Botas y yo acordamos que si ella dejaba de arrancarse el vendaje y la curación, yo no volvería a fijarle las patas y no le colocaría el collarín. Hasta el momento va dando resultado, todo el día de ayer y la madrugada de hoy ha respetado el vendaje.
A fin de cuentas, hablando se entiende no solo la gente.
Ahora la dejo un ratito fuera, para que estire bien las patas, coma con cierto confort y vaya al arenero de Momo. Tiene que aprender a compartir. Me gustaría poder dejarla fuera de la jaula, pero es una desgraciada y parece no importarle la herida en su pata, se sube a los muebles, me tira las cosas y deja manchas de iodo por todos lados. Tendré que dejarla encerrada cinco días más, hasta que termine este primer tratamiento.
Por momentos me desespero, ya había pasado por esto con Momo y ahora con Botas. Es muy difícil de llevar, además de costoso, pero se paga cuando la llego a casa y Botas me escucha, me llama para que la saque un rato y, a pesar de haber estado encerrada todo el día, se echa junto a mí y pide que la acaricie.
Mi único problema es que Momo y Max están tristes, un tanto celosos. Pero pues además de convivir con ellos y quererlos, de momento no hay mucho que pueda hacer al respecto.
En fin, tenía que sacarme esto del pecho. Más adelante que Botas se recupere y pueda limpiarla, está muy sucia y llena de iodo, le tomaré una foto.
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Ojalá pueda recuperarse Botas, los gatos suelen ser desconfiados pero cuando te ganas su confianza, ganas mucho…
Saludos.